A Mahmoud Reda le duele la rodilla a rabiar desde que se la operó hace siete años, con 71. Por eso sube al escenario a dar clase acompañado de un bailarín moreno y atlético que se ocupa de las piruetas cuando el guión lo requiere. No parece preocuparle a nadie: a cada económico y sutil movimiento de Reda lo secunda el tintineo de 40 caderas envueltas en cascabeles. Son sus devotas alumnas; él es la estrella del II Festival de Música y Danza Árabe que se desarrolla en Rivas Vaciamadrid.
Rescató los bailes de los campesinos recorriendo el Nilo con una grabadora
Este sábado actúa Khamis Henkesh, referencia en la percusión
Estrella y principio de todo. La organizadora del festival, Julia Salmerón, es una bailarina española que en 1999 se compró un billete abierto a El Cairo que tardó cinco años en cerrar. Allí se encontró con la leyenda de Reda, ex gimnasta olímpico, padre de la danza oriental moderna. El coreógrafo la entrenó y le abrió las puertas de una danza mucho más refinada de lo que dejaban ver las fantasías de harén que se reproducían hasta ese momento.
Lo que Reda intentaba hacer desde que creó la primera compañía de danza de su país en 1959 fue llenar el precipicio existente entre la cultura árabe oficial y la popular. Recorriendo los valles del Nilo con un magnetófono rescató del olvido las danzas de los campesinos, las enriqueció con elementos de otras culturas musicales (jazz, ballet, hindú...) para dotarlas de sentido artístico, y las subió al escenario. Antes de él, las bailarinas orientales eran consideradas poco menos que prostitutas en los bares de los hoteles. La iniciativa de Reda se enmarcaba en el movimiento del Renacimiento árabe, que buscaba en las cenizas de la tradición material para reconstruir el orgullo tras el banquete del colonialismo europeo. El padrino de la aventura cultural y propagandística era el presidente egipcio Yamal Abdel Náser. No en vano Reda fue secretario de Estado de Cultura.
Rivas celebra estos días el legado del bailarín. La primera edición del festival se celebró en Madrid, en el teatro Gran Vía, pero para sucesivas entregas hubo problemas con la concesión del espacio. El Ayuntamiento ripeño negoció con Julia Salmerón después de que la coreógrafa pasara por la ciudad con un espectáculo de su grupo de danza, el Al-Ándalus, y le cedió el auditorio Pilar Bardem para los espectáculos y los talleres.
Sesenta músicos han actuado desdes el martes 7; muchas promesas, como el guitarrista Ali Khattab. Cada noche, los vecinos de Rivas, con una abundante población magrebí, han acogido con palmas la salida de los percusionistas a la Plaza de la Constitución: este sábado es el turno de Khamis Henkesh, una referencia en la materia.
La cultura árabe busca un resquicio para hacerse visible en la fiesta multiculturalista del siglo XXI. Todavía pendiente de un fenómeno como la película Slumdog millionaire, que ha consagrado a Bollywood en el mercado occidental, su producción cultural continúa cerrada sobre sí misma. Reda sintetiza el problema en una frase: "En Egipto hacemos buen cine, pero para los árabes: no para que se entienda aquí".
Él mismo fue estrella cinematográfica local en los sesenta. Bailó en recepciones reales y frente a jefes de Estado. Ahora, contemplando por la ventana un aparcamiento de Rivas, le aburre recordar su currículo; prefiere reflexionar sobre el contenido del taller de danza campesina que prepara: "La protagonista es una chica que recoge uvas. Aparece un chico y se le olvidan las uvas". La introducción de elementos interpretativos es uno de los sellos de identidad de sus coreografías, junto a las ambientaciones barrocas y los acompañamientos corales para evitar la fastidiosa sucesión de bailes individuales, común en el género. "Yo me fijé en el folclor, lo reinterpreté y ahora los campesinos bailan en sus pueblos lo que me han visto a mí", dice golpeando maravillado los brazos de su sillón.
En el taller de danza campesina la convivencia de razas diversas resulta armónica: bailarinas profesionales curtidas en el circuito de teterías de Madrid, amas de casa, adolescentes rastafaris y un hombre vestido de mujer. A Reda le place la concurrencia. "La gente disfruta porque es un baile que se entiende fácilmente, pero perfeccionar requiere sacrificio", explica. Con sacrificio llegó al Carnegie Hall para demostrar que su cultura no era un espectáculo circense, sino de valor artístico. Luego llegó la explosión de la danza oriental, la cultura viajando a millones de megabites por segundo e inventos imposibles como la danza del vientre gothic tribal: "Yo se la he visto hacer a Marilyn Manson", dice una bailarina apostada frente a las clases del yoda Reda.
En el festival rumorean que este puede ser el último año de giras mundiales para el maestro. El año pasado estuvo hasta en Hawai. Luego los devotos de su arte tendrán que ir hasta Egipto para asentar la lección en la que tanto insiste: "Esto es cultura, no sólo mover la tripa".
Rescató los bailes de los campesinos recorriendo el Nilo con una grabadora
Este sábado actúa Khamis Henkesh, referencia en la percusión
Estrella y principio de todo. La organizadora del festival, Julia Salmerón, es una bailarina española que en 1999 se compró un billete abierto a El Cairo que tardó cinco años en cerrar. Allí se encontró con la leyenda de Reda, ex gimnasta olímpico, padre de la danza oriental moderna. El coreógrafo la entrenó y le abrió las puertas de una danza mucho más refinada de lo que dejaban ver las fantasías de harén que se reproducían hasta ese momento.
Lo que Reda intentaba hacer desde que creó la primera compañía de danza de su país en 1959 fue llenar el precipicio existente entre la cultura árabe oficial y la popular. Recorriendo los valles del Nilo con un magnetófono rescató del olvido las danzas de los campesinos, las enriqueció con elementos de otras culturas musicales (jazz, ballet, hindú...) para dotarlas de sentido artístico, y las subió al escenario. Antes de él, las bailarinas orientales eran consideradas poco menos que prostitutas en los bares de los hoteles. La iniciativa de Reda se enmarcaba en el movimiento del Renacimiento árabe, que buscaba en las cenizas de la tradición material para reconstruir el orgullo tras el banquete del colonialismo europeo. El padrino de la aventura cultural y propagandística era el presidente egipcio Yamal Abdel Náser. No en vano Reda fue secretario de Estado de Cultura.
Rivas celebra estos días el legado del bailarín. La primera edición del festival se celebró en Madrid, en el teatro Gran Vía, pero para sucesivas entregas hubo problemas con la concesión del espacio. El Ayuntamiento ripeño negoció con Julia Salmerón después de que la coreógrafa pasara por la ciudad con un espectáculo de su grupo de danza, el Al-Ándalus, y le cedió el auditorio Pilar Bardem para los espectáculos y los talleres.
Sesenta músicos han actuado desdes el martes 7; muchas promesas, como el guitarrista Ali Khattab. Cada noche, los vecinos de Rivas, con una abundante población magrebí, han acogido con palmas la salida de los percusionistas a la Plaza de la Constitución: este sábado es el turno de Khamis Henkesh, una referencia en la materia.
La cultura árabe busca un resquicio para hacerse visible en la fiesta multiculturalista del siglo XXI. Todavía pendiente de un fenómeno como la película Slumdog millionaire, que ha consagrado a Bollywood en el mercado occidental, su producción cultural continúa cerrada sobre sí misma. Reda sintetiza el problema en una frase: "En Egipto hacemos buen cine, pero para los árabes: no para que se entienda aquí".
Él mismo fue estrella cinematográfica local en los sesenta. Bailó en recepciones reales y frente a jefes de Estado. Ahora, contemplando por la ventana un aparcamiento de Rivas, le aburre recordar su currículo; prefiere reflexionar sobre el contenido del taller de danza campesina que prepara: "La protagonista es una chica que recoge uvas. Aparece un chico y se le olvidan las uvas". La introducción de elementos interpretativos es uno de los sellos de identidad de sus coreografías, junto a las ambientaciones barrocas y los acompañamientos corales para evitar la fastidiosa sucesión de bailes individuales, común en el género. "Yo me fijé en el folclor, lo reinterpreté y ahora los campesinos bailan en sus pueblos lo que me han visto a mí", dice golpeando maravillado los brazos de su sillón.
En el taller de danza campesina la convivencia de razas diversas resulta armónica: bailarinas profesionales curtidas en el circuito de teterías de Madrid, amas de casa, adolescentes rastafaris y un hombre vestido de mujer. A Reda le place la concurrencia. "La gente disfruta porque es un baile que se entiende fácilmente, pero perfeccionar requiere sacrificio", explica. Con sacrificio llegó al Carnegie Hall para demostrar que su cultura no era un espectáculo circense, sino de valor artístico. Luego llegó la explosión de la danza oriental, la cultura viajando a millones de megabites por segundo e inventos imposibles como la danza del vientre gothic tribal: "Yo se la he visto hacer a Marilyn Manson", dice una bailarina apostada frente a las clases del yoda Reda.
En el festival rumorean que este puede ser el último año de giras mundiales para el maestro. El año pasado estuvo hasta en Hawai. Luego los devotos de su arte tendrán que ir hasta Egipto para asentar la lección en la que tanto insiste: "Esto es cultura, no sólo mover la tripa".
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